domingo, 29 de junio de 2008

Caballo

Te veo venir desde lejos, con una sonrisa nerviosa y tus ojos invadidos de esperanza, abrazándote sola para combatir de alguna manera el frío que azota tu cuerpo. Tu pelo, desordenadamente perfecto, flota con el viento con una sutileza indescriptible, como si cada movimiento estuviese programado o previamente ensayado. Caminas lento, muy lento, pero a la vez cada vez más rápido, como si el temor de tus pasos desapareciera con cada metro que avanzas. Te siento cada vez más cerca y te espero desesperadamente ansioso, sin saber que hacer ni decir; intentando imaginar qué es lo que viene por delante, qué es lo que va a suceder cuando tus pasos temerosos se transformen en seguros, cuando tus brazos encuentren mi espalda y tus ojos invadidos de esperanza se cierren junto a los míos.
Y entonces llega el silencio, un silencio profundo e intenso y lamentablemente inevitable; todo se vuelve oscuro por un par de segundos hasta que interrumpe la luz del día, ésa que entra por mi ventana y me susurra al oído que otra vez todo fue un sueño, el mismo que se repite todo el tiempo que paso despierto.

1 comentario:

Javier Aramburu (GURU) dijo...

lo peor es despertar..
cuántas veces habré maldecido la mañana, la rutina, por interrumpir esas premoniciones utópicas.
mi cuento anterior va por ahí... la pena del último despertar, entre el temor de no cumplir ese sueño.

Un abrazo estimado amigo.